Escribir es difícil...
No sé si le tengo miedo o demasiado respeto a la escritura... o simplemente no tengo nada que decir. Alguien me dijo algo así como que quienes dicen que no tienen nada que decir son los que tienen más por decir o dicen las cosas más interesantes. No recuerdo.
Partiendo de la oración precedente, puedo achacarle el problema a mi corta memoria; pero por extensión, entonces ni siquiera podría hablar. Vamos, que tampoco hablo mucho pero, bueno se entiende el punto... espero.
No es lo mismo hablar que escribir (obvio) y, aunque esto es un blog personal, no puedo usar un lenguaje coloquial -con todos los atropellos lingüísticos que cometo en el día a día- al momento que intento plasmar mis ideas aquí. Cuando hablo, la mayoría de las veces es por necesidad: el arte de la conversación no se me da. También cuando tengo alguna ocurrencia, que hablada es casi siempre inofensiva, instantánea y, en su frecuente crueldad, igualmente efímera. Escrita puede ser peligrosa, si no para terceras personas (o segundas), sí para el autor. Queda constancia. Aun cuando el escrito puede ser destruido nomás sea terminado y nunca conozca más público que el propio escribiente, el simple hecho de revisarlo representa un peligro potencial: la autocrítica.
La autocrítica puede ser, desde el punto de vista que se mire, buena o mala -que igualmente son terminos relativos (pero ¿qué le vamos a hacer?). Buena cuando uno sabe sacarle provecho. Mala cuando se deja abatir por ella. Además, el prefijo "auto" ya nos habla de su intrínseco condicionamiento: la visión limitada de nosotros mismos -por muy objetivos que creamos ser (por cierto, sé que no lo soy). Ahí radica el problema -y no por ello quiero decir que la solución sea la zalamería de los "ellos". El problema es el "yo".
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